La opinión de Alfonso Callejero: Gobernar bostezando, manual del “siempre se ha hecho así”

callejero septiembre

Artículo de opinión de Alfonso Callejero sobre la política actual: «No hay debate político porque ya está todo predeterminado: se vota lo mismo, se hace lo mismo y se obtiene lo mismo»

Hay regiones que parecen diseñadas por un aburrido funcionario: callejones en los que nunca sucede nada, plazas donde lo único que cambia es el ángulo del sol mientras se secan los árboles, y vecinos auto convencidos de que ese eterno bostezo es la prueba de su “calidad de vida”.

En estas localidades —que prefieren no mirar más allá de las torres del campanario— el tiempo no se mide en minutos, sino en hábitos. No hay debate político porque ya está todo predeterminado: se vota lo mismo, se hace lo mismo y se obtiene lo mismo. Si alguien quiere abrir las ventanas y mirar más allá, un sector añejo y con olor a cerrado rebulle y le mira como a un hereje que ha osado cuestionar el dogma del “siempre se ha hecho así”.

En la política local, el bostezo es el programa de gobierno. Los concejales son actores en una obra de teatro costumbrista repetida mil y mil veces más, y los ciudadanos el público fingiendo sorpresa ante cada escena conocida y repetida hasta la desafección. El presupuesto anual da la impresión que se reparte copiando el anterior y el anterior y el anterior… porque con la excusa de que “son habas contadas”, parece que la única preocupación es que haya para todos, para hacer lo mismo de todos los años.

Así, en este contexto, el político de turno se limita a administrar el tedio. No hay proyectos innovadores, solo refritos que saben como las croquetas de la cena del día de antes. Las promesas de desarrollo son fuegos artificiales que deslumbran un instante para caer en la oscuridad de la apatía y el olvido.

La juventud escapa. No se marcha: corre, como quien huye de una habitación sin oxígeno. Los que se quedan aprenden el arte de bostezar en comunidad, autoconvenciéndose, para sobrevivir, de que ese bostezo compartido es, en realidad, un mantra sin alternativa que conduce al hastío.

Así, estas localidades, regiones se convierten en un museo viviente: bonita para el turista y la foto para sus redes, pero desenfocada para vivir y arraigar allí. Y lo más trágico es que sus políticos se muestran conformes, contentos y cómodos con ese destino: alcaldes que actúan como guías de ese museo y concejales que se convierten en los guardianes de las polvorientas vitrinas.

Y por supuesto, no se trata de dinamitar las tradiciones, sino de abrir las ventanas y conjugar lo mejor del pasado, con las innovaciones del presente y los retos del futuro. Porque las regiones que solo se aferran a lo que fue, corren el riesgo de convertirse en una postal inmóvil: hermosa para contemplar, pero inhabitable para vivir.

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