Artículo de opinión del consultor financiero Miguel Ángel Lacoma Cambra sobre la economía aragonesa
Los titulares dicen que la economía aragonesa va bien: un 2,9 % de crecimiento en el primer trimestre de 2025 y una previsión del 2,4 % para el conjunto del año. Cifras que superan la media nacional y que nos colocan por encima de regiones como Cataluña o el País Vasco. No está nada mal.
Pero conviene mirar el dato con calma. Porque sí, Aragón crece, pero lo hace levantando un poco el pie del acelerador. La etapa de viento de cola que hemos disfrutado en los últimos años, con exportaciones récord y una Europa demandando de todo, empieza a enfriarse. De hecho, la propia Cámara de Comercio de Zaragoza ya ha advertido de que esta ralentización se notará más en 2026 si no cambian las dinámicas actuales.
La cara positiva: consumo e inversión
Hay motivos para ser optimistas. El consumo interno en España sigue tirando con fuerza. Las familias gastan más y eso se nota en sectores como comercio, hostelería y servicios. Para las empresas locales, desde talleres a transportistas, esto abre margen de crecimiento en el propio mercado nacional.
Además, Aragón se está beneficiando de una ola de inversiones muy potentes. Gigafactorías, centros de datos, energías renovables… proyectos que hace pocos años ni imaginábamos y que ahora son una realidad gracias, en parte, a los fondos europeos. Estas iniciativas están dejando empleo, actividad económica y oportunidades para pymes que sepan engancharse como proveedoras o subcontratistas.
La cara negativa: las exportaciones flojean y la geopolítica pesa
El problema está en el exterior. Nuestras exportaciones, que eran uno de los grandes motores del PIB aragonés, han perdido fuerza. Europa crece poco, los aranceles vuelven a escena y la demanda de algunos productos se ha frenado.
Esto lo sienten de lleno sectores como el agroalimentario o el frutícola. En el Bajo Cinca lo sabemos bien: vender fruta en Francia o Alemania ya no es tan fácil como antes. La presión en precios aumenta, los plazos de cobro se alargan y la competencia internacional aprieta. Y lo mismo ocurre en la automoción o en los componentes industriales.
A esta debilidad comercial se suma un factor de fondo: la inestabilidad geopolítica. La guerra de Ucrania no está resuelta y sigue generando distorsiones en costes energéticos, logística y confianza empresarial. La reciente incursión de drones en territorio polaco, aliado directo de la OTAN, ha vuelto a recordar que cualquier escalada del conflicto puede tener efectos inmediatos sobre mercados, suministros y decisiones de inversión. Para una economía tan abierta como la aragonesa, estos riesgos no son menores.
Y, además, nos movemos en un entorno de costes todavía incierto. La inflación ya no es la de 2022 o 2023, pero la energía, el transporte y las materias primas siguen marcando la agenda de muchas empresas. El resultado es que mantener márgenes sanos requiere estar más encima de los números que nunca.
¿Qué significa para las empresas del Bajo Cinca?
Para quienes exportan, el mensaje es claro: no podemos depender solo de Europa. Diversificar mercados, aunque sea poco a poco, se convierte en una cuestión de supervivencia. Buscar clientes en nuevos países, abrir canales digitales de venta o asociarse para llegar más lejos son caminos que ya no pueden posponerse.
Para las empresas más orientadas al mercado interno, la situación es diferente. El consumo en España sigue fuerte y ahí hay espacio para crecer. Quien sepa ofrecer valor añadido y controlar bien sus costes podrá ganar cuota de mercado en los próximos años.
Y para todos, hay una oportunidad adicional: la inversión pública y los grandes proyectos empresariales que están llegando a Aragón. Desde infraestructuras hasta energía y digitalización, habrá contratos y cadenas de suministro donde muchas pymes de la zona pueden encontrar negocio. Eso sí, hay que estar atentos, informarse y moverse rápido para no quedarse fuera.
Tres claves para los próximos meses
- Diversificar mercados: reducir la dependencia de las exportaciones europeas, aunque sea de manera gradual.
- Reforzar eficiencia: revisar procesos, márgenes y precios con más frecuencia para no perder rentabilidad.
- Aprovechar inversiones: estar pendientes de licitaciones y proyectos tractores donde las pymes puedan engancharse.
Conclusión
La economía aragonesa no está en crisis, ni mucho menos. Seguimos creciendo y seguimos por encima de la media. Pero ya no vale con dejarse llevar: el escenario ha cambiado y exige más estrategia.
En el Bajo Cinca, donde el peso de la exportación es clave, toca repensar mercados y reforzar la competitividad. Al mismo tiempo, tenemos la suerte de estar en una comunidad que atrae inversiones punteras y que puede abrir nuevas oportunidades para las pymes.
El reto es no quedarse mirando el retrovisor, sino preparar el coche para la carretera que viene. Aragón crece, sí, pero con el pie más ligero sobre el acelerador. Y a partir de ahora, quien sepa adaptarse a un crecimiento más apoyado en el mercado interno y en la eficiencia será quien llegue más lejos.