En este artículo de opinión, Alfonso Callejero reflexiona sobre la situación del Casco Histórico de Fraga
– ¿Para qué vas a ir a vivir ahí?
– Cómprate mejor una vivienda en las afueras
– Eso es tirar el dinero
– Ahí no hay nada para vivir
Las cejas levantadas y las expresiones de sorpresa fueron casi unánimes cuando conté que me mudaba a una de esas callejuelas serpenteantes del Casco, mi barrio.
No fue una decisión inconsciente, ni por remar a contra corriente, no fue un acto de fe, sí que fue decidir una forma de entender la vida y aun con cierto aura de romanticismo, un compromiso con un barrio, que gran parte de mi vida en Fraga, me ha acogido en sus calles como un vecino más desde el primer día. A la vez, también con el convencimiento de que el Casco tiene alma, aunque a veces parezca que lo hemos olvidado.
Desde entonces, ha sido inevitable y a la vez muy gratificante empaparme más y más de la vida de mi barrio, conocer su belleza silenciosa, otras veces decadente, sus soledades, su calma. Además, me encuentro con un sentimiento de vecindario que en otras zonas ya no existe, o yo solo recordaba de los lejanos veranos en el pueblo de mi madre. Cuando era un escolar y me pasaba las tardes jugando en la plaza a la pelota o al pilla pilla hasta que se encendían las farolas.
En esta mayor identificación con mi barrio, sintiéndome parte de él, y en consecuencia de sus calles vacías, edificios grises que enseñan al cielo un pasado que ya nadie recuerda, solares abandonados, suciedad que nos grita el escaso compromiso diario del Ayuntamiento con parte de sus vecinos y la ausencia de negocios, me ha conducido a un proceso muy personal de entender que necesitamos como barrio. Con el objetivo de que pueda ser atractivo para otras personas y familias, que como yo que quieran enraizar su vida en esta parte de Fraga.
Llevándome, además, una visión muy crítica de que actuaciones políticas son meramente estéticas (sin negar que engalanan y lucen, pero no dan un valor permanente al Casco). Ya que al día siguiente, como canturreaba aquel; “la vida sigue igual”.
De esta manera, ¿de qué nos sirve tener un barrio limpio y bonito 10 actos festivos al año? Y tendría que puntualizar, porque mi calle de esos 10 fines de semana o coetasso, solo se ve limpia con cierta normalidad el día antes del Calvario. Porque el resto del año, las hojas se entremezclan con restos de basura y los surcos que chorrean de los contenedores cercanos rotos que tenemos los vecinos. A la vez, que en ese cúmulo de basura y suciedad se nos amontona algún eventual roedor que no ha sido del agrado del gato callejero de turno.
Generando, esta escena habitual, la sensación de que solo existimos en el calendario político cuando toca celebrar algo.
¿Qué vecino va a sentirse tentado a venir a mi zona del barrio cuando, previsiblemente, las únicas casas que se han reabierto, dan sospechas de ser pisos pateras que desafían cualquier norma de higiene, salubridad, seguridad y dignidad humana?
Me gusta que mi barrio sea el centro neurálgico lúdico, de ocio y representación del sentimiento popular de Fraga, pero no podemos contentarnos con estas expresiones festivas y puntuales. Puesto que cuando la música se apaga y los focos se retiran, lo que queda es la rutina de siempre, con los mismos problemas sin resolver. Las fiestas no reparan baches ni atraen a nuevas familias. No dan vida a un barrio si antes no se invierte en dignidad, en limpieza, en vivienda y en futuro. La música, las luces y las fotos con autoridades no tapan los baches, no mejoran el acceso a servicios básicos, ni resuelven la ausencia de limpieza en la calles del barrio el resto del año o la falta control sobre los pisos pateras, cada vez más frecuentes.
Convertir la fiesta en la única acción visible es una clara estrategia de marketing político del Ayuntamiento: que busca generar una ilusión de atención y compromiso sin asumir el costo real de una intervención estructural. Así, se maquilla el abandono con luces, música y alegría puntual, mientras los problemas de fondo siguen profundizándose, una vez que se desmonta el escenario. De esta manera, ¿queremos mejoras reales o solo promesas disfrazadas de celebración?
En resumen, todo se resume en la ausencia de una política del Ayuntamiento para el Casco que mire más allá del próximo evento o la próxima foto con autoridades.