En su artículo de opinión de noviembre, Alfonso Callejero reflexiona sobre el 50º aniversario de la muerte de Francisco Franco
50 años después de que el dictador (al fín) muriera -con representación y boato televisivo–, España celebra este aniversario entre la nostalgia mal contenida, las sonrisas nerviosas, el olor a brandy acompañado de denso humo de puro y las en voces cada vez más altas, que con fuerza y cerril firmeza hacen resonar el soniquete que encabeza esta reflexión.
Pura maravilla de filosofía carpetovetónica y brillante muestra de lo bello que es el silencio.
Este mantra que con la nostalgia, los discursos de odio de las redes y los memes de Whatsapp ha revivido en nuestros días. Hasta convertirse en el comodín perfecto; suben los precios; “Esto con Franco no pasaba”. Cierto, no había para comer.
Falla el WIFI; Franco pondría orden en el router; cierto también, con él solo tendríamos el NO-DO en su versión app en el móvil.
Lo que nadie cuenta (nadie quiere recordar) es qué pasaba. ¡Spoiler! Porque nadie podía opinar. Esta columna estaría censurada, yo señalado y significado por el aparato represivo del franquismo y el miedo sería la sombra perenne de los míos.
De esta manera, si nadie puede opinar, quejarse (no como en la actual dictadura) todo va fenomenal; no había paro (porque no podías elegir; era hambre y explotación a dosis iguales), no había delitos (no todos los que se cometían se investigaban y en las cosas de casa, no se entrometían), y no había libertad (el silencio denso y opresivo todo lo ocupaba).
“Esto con Franco no pasaba”, porque si pasaba, no te enterabas y si lo hacías, mejor que te callaras.
Y así, medio siglo después de su muerte, una ola reaccionaria, adobada por la añoranza de un país sin libertades, derechos, oportunidades y con las manos hundidas en las entrañas del franquismo nos intenta llenar el móvil de bulos, vídeos que supuran odio y les falta democracia. Con el fin de rescatar una versión aesthetic con un filtro tono sepia, que podría llamarse; “Esto con Franco no pasaba bro”.
Lo que nos permite juntar en el mismo aquelarre dictatorial a señores trasnochados, con adolescentes, al calor de símbolos represivos y lúgubres cantos al Sol.
Tal vez, este sea el mayor éxito de Franco. La permanencia de su ideario de represión, miedo, angustia, odio y silencio. Y que este, 50 años después, aun nos susurre en las frías noches, mientras miramos hacia atrás por si alguna gabardina gris nos sigue por las calles, cobijados en su oscuridad, camino a casa, después de una reunión clandestina.
Por eso seguimos aquí, dando vueltas al mismo fantasma. Como quien mira una y otra vez ese capítulo del blanco y negro, esperando que cambie el final y, sí, seamos capaces de enterrar el franquismo mucho más hondo que a su líder.







