Artículo de opinión del mes de diciembre de Alfonso Callejero: «La Constitución para la derecha es como ese familiar mayor del que siempre se habla bien, e incluso se dice querer, pero que nunca se va a visitar«
España somos ese mágico lugar donde la emoción contenida, rictus de orgullo y golpes en el pecho, son la escenografía que acompañan las bravatas a favor de este texto. Pero, a la vez, más de uno se ofende si alguien lo abre o lo lee. No sea que parte del contenido les haga descubrir que algunos artículos les resultan incómodos para la pequeña representación de España que tienen en su cabeza.
Y Fraga no somos una ciudad ajena a este mantra intocable de loarla como un tótem de veneración incuestionable. De esta manera, nos sumamos con fervor de canesú y almidón a los vítores con ecos del pasado que se perpetúan cada 6 de Diciembre. Porque todo ello, lo hacemos sin mirar al futuro y pensar que España queremos, para seguir hablando de un pasado muy lejano, que no nos representa, que suena caduco y no responde a la nación que somos hoy en día, ni nos ayuda a entender el país que somos y tenemos en el 2025.
Porque hablar de este texto obviando su edad, es querer olvidar que tiene casi 50 años y esa España ya no existe. Es ocultar detrás de la bandera los problemas y subir el volumen del himno para que no se escuche el ruido de los desafíos del presente y que no caben en esta Constitución.
En este contexto, los actos se repiten con el mismo patrón; izadas solemnes, chaquetones y gabardinas escoltados por diversos uniformes, discursos con las mismas frases hechas, tópicos y vaguedades, mientras se salpimenta el acto con una lectura ligera de unos artículos que hablen de lo bonita, grande y unitaria que es España, himno, foto y loas, como cierre final.
Por eso, la escena de Fraga es un buen ejemplo, se exalta el pasado, pero no se discute su realidad, se exhibe bandera, pero no hay debate, se celebra un viejo acuerdo (de una España que ya no es), pero ahora no se predica con el ejemplo. Y en el fondo, estos actos y sus asistentes rezuman incomodidad, por un país donde el debate lo consideran una molestia y un inconveniente y la discrepancia, una impertinencia.
Quizás por este motivo a la derecha le guste tanto la Constitución, no porque la usen para abrir, leerla y debatir sobre ella, sobre su futuro, fortalezas y debilidades. Si no porque lo usan como un ladrillo que lanzar a la cabeza de su “oponente”. Marcando, de esta manera, a los “malos españoles”. Queriendo, en consecuencia, imponer, señalar y cerrar un debate, que parece ser, que les incomoda.
Estoy convencido que la Constitución necesita menos ceremonias y más reformas, debate y crítica. Menos boatos y más voces que sumen. Menos gélidos aplausos encartonados y más manos que apuntalen las ideas del futuro y sepan refundar una texto que mire a nuestro presente y a la España de nuestro futuro y no solo sea un souvenir institucional.
Así, algún día, entendamos todos que la Constitución no es un arma arrojadiza, si no un elemento de unión y construcción de nuestro país. Que la bandera no debe ocultar los problemas sino que debe ser tejida con las manos de todos los que vivimos. Y que el mástil no debe sostenerse desde el ego y el postureo patriotero sectario, sino desde la convivencia y la defensa de los derechos y valores democráticos compartidos y aceptados por todos los que queremos hacer de España, nuestra patria.







